lunes, 10 de mayo de 2010

Una historia simple, un cambio importante

Yo, como la mayoría de la gente de este país, fui bautizada en la Iglesia Católica. No tengo nada en contra del catolicismo, simplemente no representa para mí el Camino. Y no es que no lo haya probado ni practicado. Yo iba a misa, estudié catecismo, iba a una escuela religiosa, hasta integré un grupo de jóvenes cristianos que trabajaba para la comunidad que frecuentaba la parroquia de mi barrio. Pero ya desde entonces noté que algo faltaba, no puedo explicar bien que fue. Tal vez viendo que muchas cosas que predicaban no se cumplía, tal vez porque las “cosas ocultas” que sólo los sacerdotes podían saber me molestaba y me hacían sentir discriminada. Tal vez porque la gente que iba a misa y se la pasaba charlando con alguno de los sacerdotes, los Padres como se los conoce, durante el resto de la semana se comportaban de una manera que no concordaba con las enseñanzas de la Iglesia Católica. Tal vez porque en todo veía más hipocresía que honestidad. Tal vez por todo eso.

Cuando terminé la secundaria y la mayoría de mis compañeros también lo hizo, nos dispersamos. Cada cual estaba seguramente ocupado en seguir una carrera, como yo que empecé Enfermería Profesional, o porque formaron una familia. Lo cierto es que la iglesia y el grupo juvenil cristiano pasaron al olvido.

Por muchos años me mantuve al margen de cualquier movimiento religioso, ocupada sólo en mi carrera y luego en una relación que terminó en matrimonio e hijos. Cuando los hijos son pequeños, ocupan mucho de nuestro tiempo. Jamás diré que fui infeliz porque nunca lo fui. He tenido problemas como cualquier persona pero siempre se solucionaron.

Los hijos crecieron, ya no ocupaban tanto de mi tiempo, y, poco a poco, empecé de nuevo a hacerme preguntas. Claro, recurrí nuevamente al catolicismo porque lo conocía, y el resultado fue que los mismos interrogantes de mi juventud seguían sin una respuesta satisfactoria. Entonces a mi mente volvió, tímidamente al principio, una imagen que me había impresionado desde muy chica y que casi había olvidado, siguiendo el frenesí de la vida: la imagen del Buda. Yo lo vi en un documental hace muchísimos años, cuando era una niña, y me llamó mucho la atención ese señor sentado con las piernas cruzadas y son una sonrisa suave en su rostro. También había olvidado que, desde ese momento, yo miraba cuanto documental, película o ilustraciones en que apareciera el Buda o monjes budistas. Es más, me había olvidado que yo misma averigüé quien era ese señor sentado con las piernas cruzadas y quienes eran los monjes budistas. Siempre me gustó leer y averiguar cosas, así que tomaba toda enciclopedia o libro de historia que tenía a mano o que podía encontrar en la biblioteca de mi escuela. El tiempo es relativo y carece de importancia cuando se busca algo. Las imágenes del Buda y de los monjes budistas nunca habían desaparecido, estaban esperando el momento de significar para mí algo más que imágenes de un documental.

Estaba haciendo un curso de masoterapia y el profesor había estudiado con un maestro japonés que le había transmitido algunas enseñanzas budistas. Así fue que un día me dirigí a una librería y sin buscar encontré un librito llamado “Las Cuatro Nobles Verdades”. Impresa en la tapa, la imagen del Buda que yo tanto recordaba. Lo leí y comprendí que el Budismo era el Camino que yo tanto había esperado encontrar.

En Argentina el Budismo es poco difundido, yo vivo en el Gran Buenos Aires y por esta zona no hallé ningún templo. Recurrí a la guía telefónica y tampoco vi nada o no supe como buscar. Entonces se me ocurrió llamar a la Secretaría de Culto donde me facilitaron algunos teléfonos. Llamé a varios que no contestaban, hablé con un monje de un templo que no recuerdo el nombre que me dijo que en ese momento no recibían occidentales salvo que fueran descendientes de chinos (???). En fin, no conseguí nada.

Como dice el dicho “el que busca encuentra” una compañera de trabajo conocía a una señora budista, me dio su teléfono y esa señora me contactó con otra señora que fue quien me incluyó en una sociedad budista laica de origen japonés. Estuve con ellos durante cinco años, debo confesar que después de los primeros tiempos las dudas comenzaron a surgir otra vez. Había cosas que nunca se estudiaron, las reuniones me parecían cada vez más un circulo social en vez de sesiones de estudio, me molestaba que se dijera que ellos eran los únicos que estaban en el camino correcto y que las demás personas que no los siguieran estaban equivocados y que si les pasaba algo malo se lo merecían por tener alguna culpa del pasado o de otra vida, en síntesis, no me sentía cómoda. No quiero decir con esto que hagan las cosas mal, es más, les estoy muy agradecida por haberme aceptado y por la amistad que me brindaron. Aprendí con ellos muchas cosas que me sirvieron de referencia después, pero no era lo que yo buscaba. Algo faltaba…

Con la aparición de la Internet, volví a la búsqueda sin habérmelo propuesto. Yo buscaba el Sutra del Loto y de tanto navegar di con una página donde lo estaban traduciendo. Conforme pasaban los días y se iban incorporando capítulos traducidos, empecé a “curiosear” la página y a leer otros documentos. Y vi en uno de los ítems el Curso “Budismo en Acción”. Si, adivinaron!! Era la página de la Rev. Yin Zhi Shakya.

Descargué todos los capítulos del Sutra del Loto, pero ya para ese entonces, lo que yo quería era hacer el curso. Había leído el Sutra del Corazón, varios ensayos de la Rev. Yin Zhi Shakya y comprendí que mi Camino era el Budismo Chan. Yo no quería ser una budista más, quería ser miembro de una Orden. Al fin entendí que era lo que me molestaba del grupo anterior, no había Maestros, no había un plan de estudios, no había una guía.

El problema no lo tenía el grupo sino yo, lo digo sin amagues, lo que a mí me gusta es una Orden con monjes, sacerdotes y estudiantes.

Así fue que empecé el curso y la Rev. Yin Zhi Shakya se convirtió en mi Maestra y mi guía. El aprendizaje fue muy duro, tanto o más que la decisión que tomé al abandonar mi antiguo grupo.

A medida que avanzaba en las lecciones, me di cuenta que la dureza sólo era porque el Budismo Chan nos enfrenta cara a cara con la verdad. Porque me di cuenta de que la vacuidad que sentía, el desasosiego, la molestia, la falta de respuestas solo se debían a que yo vivía en la ilusión.

El golpe se transformó en comprensión, la comprensión trajo felicidad y la felicidad del Dharma trajo la serenidad que tanto busqué.

Si alguna duda me quedaba, desapareció cuando tuve la inmensa fortuna de conocer personalmente a mi Maestra. La paz de su mirada, la paz que emanaba de todo su ser fue simplemente contagiosa. Sólo hay una manera de lograr esa paz: siguiendo el Dharma, comprendiendo las Cuatro Nobles Verdades y transitando el Óctuple Noble Sendero. Justamente, lo que ella transmite a través del curso. Porque ella, como tantos otros Maestros, es una seguidora del Buda Dharma.

No hay santos ni gurús en la Orden Hsu Yun, solamente hay verdaderos budistas, budistas Chan. No hay adoración, ni veneración, ni obediencia ciega, sólo autentica gratitud y respeto hacia aquellos que nos sirven de guía.

La historia es simple, una historia como millones se pueden relatar. El cambio es importante, porque cambié la ilusión por la verdad del Dharma.

En este país es una rareza ver a un monje o un sacerdote budista, sobre todo si es mujer. Tantas preguntas al estilo “¿Cómo se te dio por el budismo?” o “¿Sos sacerdote?” me dieron la idea de escribir este ensayo.

Yo encontré mi Camino, ojalá toda la gente encuentre el suyo.

Que todos los seres vivan felices y en paz.
Rev. Fa Di Shakya OHY

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